Pautas del relato: Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo, y su aliento acarició mi piel desnuda. ¿Como ha podido enamorare tan locamente? Recuerdo el primer día [Completa] y esa terrible bestia me miraba con sus ojos endemoniados, y sentí que todo iba a terminar. Finalmente, mi alma escapó de mi cuerpo en un suspiro.
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Recuerdo el primer día como si fuera ayer. Las miradas de ambos se cruzaron en un eterno segundo, afianzando el lazo que se había ido tejiendo lentamente durante días y días de incertidumbre, de sombras desconocidas y de sentir el vello de punta al notar una presencia rondar mi espalda. ¿Por qué yo? ¿Por qué nosotros? Eran preguntas que pasaban constantemente por mi cabeza, que hacían que sintiese una extraña congoja en el corazón, acompañada por una entrañable alegría. Jamás podré olvidar aquel día, el primero en el que por fin pude mirarlo a los ojos. Era otro de esos días en los que decidía perderme por las afueras del pueblo e irme a observar cómo corría el agua del pequeño río que abastecía a la población de la zona. Me había sentado en la orilla, observando con la mirada pedida las leves ondulaciones que se producían en la cristalina superficie del agua, cuando sentí la maleza removerse de manera sigilosa a mis espaldas. Llevaba días sintiendo que algo me seguía, que un par de ojos estaban pendientes de mis movimientos, que las sombras se movían cuando yo pasaba; mi familia me había tomado por loca cuando se lo comenté las primeras veces. Algunos, los más supersticiosos, se asustaron. La bestia había aterrorizado aquellas tierras desde tiempos inmemoriables, y temían por mi corta existencia como mortal. Pero a mí me daba igual. ¿Por qué le tenía que tener miedo? ¿Me había hecho algo? Sabía que era él; un humano jamás podría hacer que sintiese aquel extraño escalofrío por mi piel, ni podría despertar tal fascinación, ni podría esconderse de aquella manera... Sabía que era él, y eso hacía que la sensación de peligro inminente me atrajese como un imán.
Recuerdo perfectamente aquel momento. Tras el tronco de uno de los numerosos árboles, una silueta alta e imponente se alzó, clavando sus ojos de color carmesí en los míos del color del musgo. Él no dijo nada, y no hacía falta que se presentara. Aun sentada como estaba, me volví con naturalidad hacia él, esperando a que se acercase y, si quería, que se sentase a mi lado. Y, finalmente, lo hizo. Como si fuésemos iguales, como si nos conociéramos de toda la vida. Cuando su alta silueta dejó caer su peso al lado mía, cuando sus ojos volvieron a clavarse en los míos, cuando pude apreciar con nitidez cómo la brisa removía suavemente los mechones de cabello azabache que le caían sobre la frente... Cuando el ser que tanto me había intrigado aquellos días decidió actuar tan al contrario de lo que su naturaleza debería dictarse, entonces, hablé. Una sonrisa surcó mi rostro mientras lo observaba mirarme sin saber qué hacer. ¿No se supone que la doncella es quien debe mostrarse nerviosa? Pero... aquello fue tan extraño, tan mágico... No, no podía sentirme cohibida. No con alguien que parecía poder entenderme mejor que todas aquellas personas que me conocían desde que era pequeña. No con alguien que parecía sentirse tan completamente solo como yo. Y así pasaron más días y días en los que ya no me iba al bosque a quedarme sola, sino a reunirme con aquel que me hacía sentirme verdaderamente acompañada. Si las primeras veces tan solo nos habíamos limitado a hablar, a caminar juntos, a preguntarnos mutuamente todas nuestras incertidumbres como si fuéramos dos niños curiosos... Los demás días, muchos momentos se habían resumido en mi cabeza apoyada en su hombro y sus brazos rodeándome, mientras ambos observábamos cómo el agua del río seguía corriendo alegremente. Y todo había seguido así, de aquella manera cómplice y feliz, hasta que me propuso abandonar mi vida tal y como la conocía e irme con él, a aquel castillo que se alzaba sobre el pueblo derramando sobre él su inmensa sombra. Claro está que mi respuesta fue afirmativa.
Y, ahora, me debatía entre la vida y la muerte. Un debate que sería corto, pues una humana no podía recuperarse fácilmente de un flechazo en el estómago. Había cerrado las puertas del castillo justo a tiempo para que los aldeanos no pudiesen pasar, pero una de las flechas que lanzaron me alcanzó de lleno. Con un último esfuerzo, cerré completamente las dos enormes puertas, para seguidamente volverme y encontrarme con aquellos ojos rojos llenos de desesperación. ¿Por qué la felicidad dura tan poco? Las semanas que había pasado con él en aquel refugio, en aquel castillo que, por mucho que a los demás les pareciese nada más que la guarida de un monstruo, para mí era un paraíso en tierra. Todo había sido tan maravilloso que ahora debía pagar el precio que se me había fijado por sentir aquella felicidad. Sentí cómo sus brazos me rodeaban y acompañaban mi descenso hacia el suelo, pues a causa del dolor y de la pérdida de sangre no podía seguir manteniéndome en pie. Lo veía negar con la cabeza, posar una de sus manos sobre la herida y sujetarme fuertemente con la otra. Negaba una y otra vez. ''Esto no es verdad, no puede estar pasando...'' Y yo negaba a su vez, con una leve sonrisa en los labios. Alcé mi mano hacia su rostro para hacerle que me mirase a los ojos.
-Está bien...
Parecía ser que los aldeanos se habían tomado mi repentina desaparición como un secuestro, y habían decidido asaltar el castillo para acabar con el terror que había angustiado sus peores pesadillas desde hacía innumerables generaciones. Es verdad que aquel hombre que ahora me sujetaba y trataba de preservarme con vida había sido un asesino sin escrúpulos tiempo atrás; es verdad que había calmado su sed de sangre con cada persona que se acercaba lo suficiente. Había querido apaciguar la rabia y la impotencia que sentía por dentro de aquella manera. Había querido calmar su sofocado corazón, ahogado en la soledad, tratando de hacer que los demás sintiesen la misma angustia que él. Pero, yendo contra todo pronóstico, se había cansado de tratar de hacer pagar a los demás por su maldición. Y entonces fue cuando comenzó a mirar a los humanos de otra manera... sin darse cuenta de que no se trataban de víctimas precisamente, sino de las peores bestias que habían existido jamás. No había vuelto a morder a ningún humano, ni siquiera a mí. Yo se lo había pedido; se lo había suplicado para poder estar juntos siempre, pero él no quiso. No quiso que cargase también con su maldición. Quería que preservara la luz que representaba para él, quería que mantuviese la calidez de mi piel, el latir de mi corazón... Me había mantenido tal y como me sacó de mi soledad. Seguía siendo una doncella humana, pura y cálida como él quería.
Y ahora lo veía desmoronarse como los muros exteriores del castillo, asaltado ferozmente por los aldeanos.
-Debía haberte hecho caso... Yo... Si hubiese aceptado el convertirte, si no hubiese sido tan egoísta...
Hablaba agitado, conmocionado, destrozado. Su mano, la misma que había tratado de detener la hemorragia, pasó a posarse sobre mi mejilla, tiñiéndola del color de mi propia sangre. No podía hacer otra cosa que mirar hacia sus ojos, los mismo que evocaban los recuerdos más valiosos de mi vida, mientras acariciaba su pelo con las fuerzas que aun mantenía. Las voces de los aldeanos se escuchaban desde allí, pidiendo a gritos la muerte de ambos monstruos: tanto el vampiro como la humana traidora, la cual había renunciado a su humanidad para transformarse en otra bestia. ¿Eso pensaban?
¿No se daban cuenta de quiénes eran realmente las bestias?
Sentí un dolor más agudo del que ya sentía y la sangre comenzó a salirse de entre mis labios. No me quedaba mucho tiempo.
-Debes irte.
-¿Piensas que te voy a dejar aquí tirada?
Una sonrisa triste surcó mi rostro.
-Entonces, ¿qué harás? ¿Te dejarás matar por ellos? Sabías que algún día tendría que morir... deberías saberlo ya... Después de todo, soy mortal.
Una caricia de su dedo pulgar sobre mi mejilla limpió una lágrima que acababa de caer.
-Lo sabía... y, ese mismo día, yo me iría contigo.
Alcé los párpados, horrorizada ante sus planes. Negué con la cabeza vehementemente, negándome a aceptar aquella decisión. Él no debía morir.
-¿Sabes lo infeliz que me harías si hicieras eso?
Un brillo dubitativo surcó sus ojos carmesíes. Y una idea, una posible esperanza para que él pudiese escapar, surcó mi mente. Como vampiro que era, necesitaba alimentarse de sangre con cierta regularidad, pero en los últimos tiempos había cambiado la sangre humana por la del ganado que atacaba. No estaba en su mejor condición.
-¿Sabes? Tengo una idea para que estemos los dos juntos... siempre...
Apreté un poco el abrazo, obligándolo a que sus labios rozasen mi mejilla al pasar y llegasen hasta la altura de mi cuello. Noté que él negaba con la cabeza, que no quería aceptar aquello. Los momentos siguientes fueron confusos y asfixiantes, pero no había más remedio. Ya le había dejado claro que no le perdonaría nunca si no vivía.
Recuerdo el primer día como si fuese ayer. Recuerdo las primeras caricias, los primeros abrazos. Todos esos recuerdos aparecían en mi mente mientras sus ojos brillaban, sedientos. Miré hacia arriba, hacia el techo que nos había cobijado durante aquel maravilloso, pero corto, periodo de tiempo. Sentí sus afilados colmillos clavarse, atravesando sin compasión la fina piel de mi cuerpo. Su gélido aliento sobre la desnuda piel de mi cuello. Sentí un hilo de sangre correr desde la mordedura. Sonreí levemente, ¿cuándo me había enamorado tan locamente? Tenía que acabar conmigo rápido y aprovechar toda la sangre que pudiese, ya que mucha se escapaba rápidamente de mi cuerpo por la herida que había abierto la flecha. Se acababa. Sentía que mi alma quería huir de mi cuerpo. Le hice alzar el mentón, interrumpiéndole en su tarea que alimentarse para poder huir de allí. No fue necesario que le dijese nada. El sabor de sus labios estaba mezclado con el de mi propia sangre y con el de las lágrimas de ambos. Y, para cuando ambas bocas se separaron, mis labios ya estaban más fríos que los suyos. Mi alma había escapado de mi cuerpo en un último suspiro.
Rato después, lo único que había en aquel lugar era mi cuerpo tirado en el suelo, frío, inerte. Muerto. Los gritos se seguían escuchando desde el exterior, y un desagradable crujido seguido de un sordo golpe indicó que las puertas habían sucumbido a los golpes incesantes de los aldeanos. Cuando llegaron a la estancia, se arremolinaron todos alrededor de mi cuerpo. Los que iban en cabeza eran los hombres, seguidos de las mujeres y algunos niños.
-¡Ha caído! ¡Uno de los monstruos ha caído!
-¡Solo queda uno!
Uno de los hombres se adelantó.
-Pero no se ha convertido en cenizas, ¡eso es que no está muerta!
Sin piedad, clavó la estaca que llevaba en la mano en mi pecho, hudiéndola con saña. Algunas mujeres, las cuales me habían conocido desde que era pequeña, apartaron la vista. Muchas pidieron que parara, pero el hombre no las escuchaba.
-¿Por qué sigues aquí? ¡Maldito vampiro!
Una de las mujeres, una antigua vecina, se adelantó y tiró del hombre.
-¡Para!... ¡PARA! ¿No lo veis acaso? ¿No os dais cuenta?... Ella no era un vampiro.
El hombre sacó la estaca y miró con los ojos desorbitados mi cuerpo inerte, horrorizado por su error. Pero, ¡era imposible! ¿Cómo podía haber vivido con un ser de la noche y seguir manteniendo mi naturaleza? Esas cuestiones se paseaban por la mente de todos, mientras que las heridas de mi pecho y mi estómago eran simples agujeros en mi cuerpo, pues ya no había más sangre para derramar.
Y mientras el pueblo, confuso y desolado, levantaba el cadáver de una humana que habían matado ellos mismos, otra alma perdida y desolada huía en la oscuridad lo más lejos que podía. La sangre aun teñía su rostro y sus manos. Su negro cabello se revolvía al viento, el cual secaba unas lágrimas que seguirían derramándose... pero que no era capaz de parar la sangre que salía de su corazón. Su alma había vuelto a caer en la oscura soledad.
Siguió adelante, ya que lo único que lo impulsaba a continuar eran las palabras que había escuchado de los únicos labios que habían sabido darle el calor que nunca había tenido. Siguió desplazándose siempre a escondidas de cualquier mirada furtiva.
Siempre moviéndose en las sombras. Siempre lejos, muy lejos.
Siempre solo.