miércoles, 23 de julio de 2014

En respuesta a Desi - 2.0

Pautas del relato: Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo, y su aliento acarició mi piel desnuda. ¿Como ha podido enamorare tan locamente? Recuerdo el primer día [Completa] y esa terrible bestia me miraba con sus ojos endemoniados, y sentí que todo iba a terminar. Finalmente, mi alma escapó de mi cuerpo en un suspiro‎.

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Recuerdo el primer día como si fuera ayer. Las miradas de ambos se cruzaron en un eterno segundo, afianzando el lazo que se había ido tejiendo lentamente durante días y días de incertidumbre, de sombras desconocidas y de sentir el vello de punta al notar una presencia rondar mi espalda. ¿Por qué yo? ¿Por qué nosotros? Eran preguntas que pasaban constantemente por mi cabeza, que hacían que sintiese una extraña congoja en el corazón, acompañada por una entrañable alegría. Jamás podré olvidar aquel día, el primero en el que por fin pude mirarlo a los ojos. Era otro de esos días en los que decidía perderme por las afueras del pueblo e irme a observar cómo corría el agua del pequeño río que abastecía a la población de la zona. Me había sentado en la orilla, observando con la mirada pedida las leves ondulaciones que se producían en la cristalina superficie del agua, cuando sentí la maleza removerse de manera sigilosa a mis espaldas. Llevaba días sintiendo que algo me seguía, que un par de ojos estaban pendientes de mis movimientos, que las sombras se movían cuando yo pasaba; mi familia me había tomado por loca cuando se lo comenté las primeras veces. Algunos, los más supersticiosos, se asustaron. La bestia había aterrorizado aquellas tierras desde tiempos inmemoriables, y temían por mi corta existencia como mortal. Pero a mí me daba igual. ¿Por qué le tenía que tener miedo? ¿Me había hecho algo? Sabía que era él; un humano jamás podría hacer que sintiese aquel extraño escalofrío por mi piel, ni podría despertar tal fascinación, ni podría esconderse de aquella manera... Sabía que era él, y eso hacía que la sensación de peligro inminente me atrajese como un imán. 

Recuerdo perfectamente aquel momento. Tras el tronco de uno de los numerosos árboles, una silueta alta e imponente se alzó, clavando sus ojos de color carmesí en los míos del color del musgo. Él no dijo nada, y no hacía falta que se presentara. Aun sentada como estaba, me volví con naturalidad hacia él, esperando a que se acercase y, si quería, que se sentase a mi lado. Y, finalmente, lo hizo. Como si fuésemos iguales, como si nos conociéramos de toda la vida. Cuando su alta silueta dejó caer su peso al lado mía, cuando sus ojos volvieron a clavarse en los míos, cuando pude apreciar con nitidez cómo la brisa removía suavemente los mechones de cabello azabache que le caían sobre la frente... Cuando el ser que tanto me había intrigado aquellos días decidió actuar tan al contrario de lo que su naturaleza debería dictarse, entonces, hablé. Una sonrisa surcó mi rostro mientras lo observaba mirarme sin saber qué hacer. ¿No se supone que la doncella es quien debe mostrarse nerviosa? Pero... aquello fue tan extraño, tan mágico... No, no podía sentirme cohibida. No con alguien que parecía poder entenderme mejor que todas aquellas personas que me conocían desde que era pequeña. No con alguien que parecía sentirse tan completamente solo como yo. Y así pasaron más días y días en los que ya no me iba al bosque a quedarme sola, sino a reunirme con aquel que me hacía sentirme verdaderamente acompañada. Si las primeras veces tan solo nos habíamos limitado a hablar, a caminar juntos, a preguntarnos mutuamente todas nuestras incertidumbres como si fuéramos dos niños curiosos... Los demás días, muchos momentos se habían resumido en mi cabeza apoyada en su hombro y sus brazos rodeándome, mientras ambos observábamos cómo el agua del río seguía corriendo alegremente. Y todo había seguido así, de aquella manera cómplice y feliz, hasta que me propuso abandonar mi vida tal y como la conocía e irme con él, a aquel castillo que se alzaba sobre el pueblo derramando sobre él su inmensa sombra. Claro está que mi respuesta fue afirmativa.

Y, ahora, me debatía entre la vida y la muerte. Un debate que sería corto, pues una humana no podía recuperarse fácilmente de un flechazo en el estómago. Había cerrado las puertas del castillo justo a tiempo para que los aldeanos no pudiesen pasar, pero una de las flechas que lanzaron me alcanzó de lleno. Con un último esfuerzo, cerré completamente las dos enormes puertas, para seguidamente volverme y encontrarme con aquellos ojos rojos llenos de desesperación. ¿Por qué la felicidad dura tan poco? Las semanas que había pasado con él en aquel refugio, en aquel castillo que, por mucho que a los demás les pareciese nada más que la guarida de un monstruo, para mí era un paraíso en tierra. Todo había sido tan maravilloso que ahora debía pagar el precio que se me había fijado por sentir aquella felicidad. Sentí cómo sus brazos me rodeaban y acompañaban mi descenso hacia el suelo, pues a causa del dolor y de la pérdida de sangre no podía seguir manteniéndome en pie. Lo veía negar con la cabeza, posar una de sus manos sobre la herida y sujetarme fuertemente con la otra. Negaba una y otra vez. ''Esto no es verdad, no puede estar pasando...'' Y yo negaba a su vez, con una leve sonrisa en los labios. Alcé mi mano hacia su rostro para hacerle que me mirase a los ojos.
-Está bien...

Parecía ser que los aldeanos se habían tomado mi repentina desaparición como un secuestro, y habían decidido asaltar el castillo para acabar con el terror que había angustiado sus peores pesadillas desde hacía innumerables generaciones. Es verdad que aquel hombre que ahora me sujetaba y trataba de preservarme con vida había sido un asesino sin escrúpulos tiempo atrás; es verdad que había calmado su sed de sangre con cada persona que se acercaba lo suficiente. Había querido apaciguar la rabia y la impotencia que sentía por dentro de aquella manera. Había querido calmar su sofocado corazón, ahogado en la soledad, tratando de hacer que los demás sintiesen la misma angustia que él. Pero, yendo contra todo pronóstico, se había cansado de tratar de hacer pagar a los demás por su maldición. Y entonces fue cuando comenzó a mirar a los humanos de otra manera... sin darse cuenta de que no se trataban de víctimas precisamente, sino de las peores bestias que habían existido jamás. No había vuelto a morder a ningún humano, ni siquiera a mí. Yo se lo había pedido; se lo había suplicado para poder estar juntos siempre, pero él no quiso. No quiso que cargase también con su maldición. Quería que preservara la luz que representaba para él, quería que mantuviese la calidez de mi piel, el latir de mi corazón... Me había mantenido tal y como me sacó de mi soledad. Seguía siendo una doncella humana, pura y cálida como él quería.

Y ahora lo veía desmoronarse como los muros exteriores del castillo, asaltado ferozmente por los aldeanos.
-Debía haberte hecho caso... Yo... Si hubiese aceptado el convertirte, si no hubiese sido tan egoísta...
Hablaba agitado, conmocionado, destrozado. Su mano, la misma que había tratado de detener la hemorragia, pasó a posarse sobre mi mejilla, tiñiéndola del color de mi propia sangre. No podía hacer otra cosa que mirar hacia sus ojos, los mismo que evocaban los recuerdos más valiosos de mi vida, mientras acariciaba su pelo con las fuerzas que aun mantenía. Las voces de los aldeanos se escuchaban desde allí, pidiendo a gritos la muerte de ambos monstruos: tanto el vampiro como la humana traidora, la cual había renunciado a su humanidad para transformarse en otra bestia. ¿Eso pensaban?

¿No se daban cuenta de quiénes eran realmente las bestias?

Sentí un dolor más agudo del que ya sentía y la sangre comenzó a salirse de entre mis labios. No me quedaba mucho tiempo.
-Debes irte.
-¿Piensas que te voy a dejar aquí tirada?
Una sonrisa triste surcó mi rostro.
-Entonces, ¿qué harás? ¿Te dejarás matar por ellos? Sabías que algún día tendría que morir... deberías saberlo ya... Después de todo, soy mortal.
Una caricia de su dedo pulgar sobre mi mejilla limpió una lágrima que acababa de caer.
-Lo sabía... y, ese mismo día, yo me iría contigo.
Alcé los párpados, horrorizada ante sus planes. Negué con la cabeza vehementemente, negándome a aceptar aquella decisión. Él no debía morir.
-¿Sabes lo infeliz que me harías si hicieras eso?
Un brillo dubitativo surcó sus ojos carmesíes. Y una idea, una posible esperanza para que él pudiese escapar, surcó mi mente. Como vampiro que era, necesitaba alimentarse de sangre con cierta regularidad, pero en los últimos tiempos había cambiado la sangre humana por la del ganado que atacaba. No estaba en su mejor condición.
-¿Sabes? Tengo una idea para que estemos los dos juntos... siempre...
Apreté un poco el abrazo, obligándolo a que sus labios rozasen mi mejilla al pasar y llegasen hasta la altura de mi cuello. Noté que él negaba con la cabeza, que no quería aceptar aquello. Los momentos siguientes fueron confusos y asfixiantes, pero no había más remedio. Ya le había dejado claro que no le perdonaría nunca si no vivía.

Recuerdo el primer día como si fuese ayer. Recuerdo las primeras caricias, los primeros abrazos. Todos esos recuerdos aparecían en mi mente mientras sus ojos brillaban, sedientos. Miré hacia arriba, hacia el techo que nos había cobijado durante aquel maravilloso, pero corto, periodo de tiempo. Sentí sus afilados colmillos clavarse, atravesando sin compasión la fina piel de mi cuerpo. Su gélido aliento sobre la desnuda piel de mi cuello. Sentí un hilo de sangre correr desde la mordedura. Sonreí levemente, ¿cuándo me había enamorado tan locamente? Tenía que acabar conmigo rápido y aprovechar toda la sangre que pudiese, ya que mucha se escapaba rápidamente de mi cuerpo por la herida que había abierto la flecha. Se acababa. Sentía que mi alma quería huir de mi cuerpo. Le hice alzar el mentón, interrumpiéndole en su tarea que alimentarse para poder huir de allí. No fue necesario que le dijese nada. El sabor de sus labios estaba mezclado con el de mi propia sangre y con el de las lágrimas de ambos. Y, para cuando ambas bocas se separaron, mis labios ya estaban más fríos que los suyos. Mi alma había escapado de mi cuerpo en un último suspiro.

Rato después, lo único que había en aquel lugar era mi cuerpo tirado en el suelo, frío, inerte. Muerto. Los gritos se seguían escuchando desde el exterior, y un desagradable crujido seguido de un sordo golpe indicó que las puertas habían sucumbido a los golpes incesantes de los aldeanos. Cuando llegaron a la estancia, se arremolinaron todos alrededor de mi cuerpo. Los que iban en cabeza eran los hombres, seguidos de las mujeres y algunos niños.
-¡Ha caído! ¡Uno de los monstruos ha caído!
-¡Solo queda uno!
Uno de los hombres se adelantó.
-Pero no se ha convertido en cenizas, ¡eso es que no está muerta!
Sin piedad, clavó la estaca que llevaba en la mano en mi pecho, hudiéndola con saña. Algunas mujeres, las cuales me habían conocido desde que era pequeña, apartaron la vista. Muchas pidieron que parara, pero el hombre no las escuchaba.
-¿Por qué sigues aquí? ¡Maldito vampiro!
Una de las mujeres, una antigua vecina, se adelantó y tiró del hombre.
-¡Para!... ¡PARA! ¿No lo veis acaso? ¿No os dais cuenta?... Ella no era un vampiro.
El hombre sacó la estaca y miró con los ojos desorbitados mi cuerpo inerte, horrorizado por su error. Pero, ¡era imposible! ¿Cómo podía haber vivido con un ser de la noche y seguir manteniendo mi naturaleza? Esas cuestiones se paseaban por la mente de todos, mientras que las heridas de mi pecho y mi estómago eran simples agujeros en mi cuerpo, pues ya no había más sangre para derramar.

Y mientras el pueblo, confuso y desolado, levantaba el cadáver de una humana que habían matado ellos mismos, otra alma perdida y desolada huía en la oscuridad lo más lejos que podía. La sangre aun teñía su rostro y sus manos. Su negro cabello se revolvía al viento, el cual secaba unas lágrimas que seguirían derramándose... pero que no era capaz de parar la sangre que salía de su corazón. Su alma había vuelto a caer en la oscura soledad.

Siguió adelante, ya que lo único que lo impulsaba a continuar eran las palabras que había escuchado de los únicos labios que habían sabido darle el calor que nunca había tenido. Siguió desplazándose siempre a escondidas de cualquier mirada furtiva.

Siempre moviéndose en las sombras. Siempre lejos, muy lejos.

Siempre solo.

viernes, 18 de julio de 2014

En respuesta a Desi.

Pautas del relato: Estás una carretera alejada de la ciudad en mitad de la noche, te has perdido. Ves a lo lejos una figura humana, a la luz de una pequeña casa. Te acercas para pedir indicaciones y buceando abres la puerta te encuentras a esa persona ahorcada, y en la pared "Serás el siguiente" [Sigue la historia]

Chasqueé la lengua, disgustada. Observé durante unos segundos mi coche antes de propinarle una patada a una de las ruedas delanteras, cabreada. ¿Cómo se me había ocurrido ir por una carretera tan apartada? Ah sí, ya me acuerdo... Había sido para no tener que pagar el peaje de la autopista. Me quedé mirando el coche nuevamente, torciendo levemente la boca en una mueca de disgusto. Maldije por lo bajo y me di la vuelta, dejando a mis espaldas el vehículo. 

Había recibido un aviso por la mañana de estar en la capital al día siguiente, y no valía excusa alguna. Trabajaba como abogada, por el dinero más que por devoción, además de que me encantaba llevarle la contraria a mi oponente. Había nacido para competir, para luchar; había nacido para ganar. Y, de paso, mandaba a la cárcel a unos cuantos malnacidos. No es que fuese un trabajo que me llenase, pero, al menos, me entretenía y me remuneraba de manera considerable. Y, para qué negarlo... me encantaba meter entre rejas a los que se lo habían ganado. El caso es que teníamos un par de complicaciones con el último caso que había llevado, y no tenía más remedio que estar presente. Sin más demora, había cogido el coche y partido hacia la capital. Había tomado una serie de carreteras secundarias una vez hubieron pasado las cuatro de la tarde, ya cansada de estar parando cada unos cuantos kilómetros para pagar el peaje. Y ahora me encontraba de noche, sin gasolina, sin saber dónde estaba y completamente sola. Volví a mirar la pantalla del móvil en busca de cobertura, pero seguía sin tener ni una barra. Me encontraba en mitad de la nada, rodeada de maleza y árboles que parecían querer cogerme con sus ramas a ambos lados de la estrecha carretera. Aun con las luces delanteras del coche encendidas, pues allí no había ni una maldita farola, comencé a andar hacia delante. No debería estar muy lejos de alguna localidad o alguna gasolinera, ¿no? Cada vez quedaban menos espacios naturales, y no creía que aquella zona fuera a ser la excepción. Terriblemente cabreada, metí las manos en los bolsillos para resguardarlas del frío y me subí el cuello de la gabardina, siguiendo el camino que trazaba la olvidada carretera.

No sé cuánto rato estuve caminando. Lo único seguro era mi dolor de pies y el frío que tenía. Miraba hacia todos lados, cansada y comenzando a caer en la desesperación. No había nadie. No había nada. El único cambio que había logrado apreciar era que había menos árboles por aquella zona. 

Y, entonces, lo vi.

Había alguien observando desde no muy lejos, al lado de lo que parecía ser una casa pequeña, ya bastante vieja. Casi lloré de alegría. Caminé todo lo deprisa que pude hacia aquella silueta que se mantenía quieta delante de la puerta, de espaldas a la tenue luz del hogar, por lo que no podía apreciar su rostro.
-¡Disculpe!
Seguí caminando mientras maldecía a aquellos zapatos con varios centímetros de tacón que había elegido llevar aquel día, simplemente por estar algo más arreglada.
-¡Disculpe! Me he quedado sin gasolina y...
Una ráfaga de viento hizo que tuviese que cerrar los ojos durante un instantes. Diablos, se me había metido algo en el ojo. Cuando volví a mirar hacia la casa, el hombre ya no estaba. ¿Se habría metido dentro de la casa? ¡Sería caradura! En cualquier otra situación habría hecho gala de la arrogancia que había desarrollado tras años en aquel trabajo, pero en aquel instante me convenía tragarme el orgullo. Seguí andando hacia la casa y toqué la puerta, la cual se abrió levemente ante el toque de mi mano. ¿Por qué tenía tan mal presentimiento?
-¡Con permiso! ¡Por favor! Me he perdido, y encima mi coche se ha quedado sin gasolina... Tan solo si usted pudiera indicarme el lug...
No pude terminar la frase. Me llevé las dos manos a la boca, ocultando una mueca de absoluto horror. Tras abrir del todo la puerta, me había encontrado con una habitación pequeña y vieja, que bien podría ser toda la casa, pues no parecía que hubiese más puertas. Pero aquello no era lo que más horror me había causado, aunque el diseño de los estropeados muebles bien podía haber hecho que cualquier decorador se desmallase de solo verlos.

El hombre de antes estaba colgado del techo. Se había ahorcado. En la pared, escrito con una letra que denotaba un pulso tembloroso, había una inscripción: ''Serás el siguiente''. Y lo peor de todo era que ahora podía ver claramente la cara del hombre, el cual yacía ahora muerto ante mis ojos. Yo conocía a aquel tipo.

Era el mismo que había conseguido condenar días atrás y por el que ahora había tenido que partir hacia la capital. Pero, ¿qué hacía allí? ¿Había escapado? ¿Por qué todo eso? Me di la vuelta y eché a correr hacia la carretera de nuevo, completamente presa del pánico. ¿Dónde estaba la implacable abogada ahora? ¿Dónde estaba aquella mujer independiente, segura de sí misma, la misma que no dudaba en acusar a su siguiente objetivo? Seguí corriendo hasta que uno de mis pies falló, haciendo que cayese al suelo. Estúpidos tacones. Con un quejido de dolor, me levanté torpemente y seguí avanzando hacia la carretera.

Pero la silueta de aquel hombre, con las marcas de la soga al cuello y la cara morada, se alzaba ante mí.
-Tú...
Grité con toda la fuerza que tenían mis pulmones. Me di la vuelta y corrí hacia el otro lado.
-Fue por tu culpa... ¡Por tu culpa! ¡POR TU CULPA!
-¡¡Déjame!! 
A pesar de que no lo veía, seguía escuchando su voz. Me adentré entre los árboles, me torcí el tobillo varias veces, me rasgué las ropas y me magullé entera. Pero seguía avanzando, con la esperanza de que aquel ser dejara de seguirme.¿Mi culpa? ¡Había sido su culpa! ¡Él había sido acusado de homicidio! ¡Era un maldito asesino, no tenía derecho a culparme de nada!

Otra vez. El rostro de aquel hombre apareció delante mía. Volví a gritar cuando sus brazos quisieron alargarse hacia mí, y corrí en dirección a la carretera. 
-No... no... Aléjate... ¡¡ALÉJATE!!
No podía hacer otra cosa que gritar y correr, sin prestar atención a nada más. Tal vez por eso mismo no escuché el sonido de unas enormes ruedas y el agudo ruido del claxón del camión que se acercaba. Y tal vez por eso mi muerte fue inevitable.
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Al día siguiente, los restos de Miranda Aguiler fueron llevados al tanatorio de la capital. Los datos que se dieron fue que se había perdido por aquella carretera y que, presa de la desesperación, no había logrado ver el camión; y así había ocurrido tan terrible desenlace. Las magulladuras posiblemente se tratasen por haber intentado atravesar varias veces la foresta en busca de alguien.

Los datos del caso que Miranda tenía que seguir llevando y que nunca miró, decían que el acusado, una vez en la cárcel para cumplir una cadena perpetua, se había suicidado usando una soga. Había dejado una nota de despedida, en la que aclaraba que no podía seguir viviendo con la culpa de haber matado a su padre del disgusto. El padre del acusado había muerto un par de días después de la condena de su hijo por un fallo cardiorespiratorio, posiblemente provocado por la excesiva tensión que había estado viviendo. En la nota, el joven acusado se culpaba a sí mismo por haber cometido el error de matar a alguien con tal de conseguir algo de dinero, pero también culpaba de la muerte de su padre -y por consiguiente la suya propia- a los cargos que se habían encargado de llevar su caso.

La nota iba firmada con un ''Nos veremos todos en el Infierno''.

miércoles, 2 de julio de 2014

Nuevo relato [Prólogo]

El atardecer teñía las nubes que aun perduraban en el cielo, de un tenue tono rojizo. La noche anterior aquel lugar había parecido una puerta hacia el infierno: la fiera tormenta había hecho retumbar los truenos de manera que pareciese que se acercaba todo un batallón procedente del Inframundo. El fuerte viento y la inmisericorde lluvia habían roto infinidad de ramas de los árboles, e incluso algunos de los troncos más viejos habían sucumbido finalmente, después de décadas y décadas observando aquel lugar. El campanario de la vieja ermita sin nombre se había derrumbado casi completamente, tirando por tierra su herrumbrosa campana. Los del pueblo habían mirado sobrecogidos a través de las frágiles ventanas de sus casas todo el espectáculo, temerosos de la furia de la naturaleza. Y, al ver la olvidada ermita en aquel estado, sus corazones se encogieron aun más en un puño de angustia. Todo el pueblo parecía contener el aliento.

Pero nada sucedió.

Los años transcurrieron y el pueblo aumentó considerablemente su tamaño. De dedicarse solamente a actividades del sector primario y a la artesanía, habían pasado a montar pequeños negocios que exportaban hacia otras áreas y que poco a poco seguían creciendo. Gracias al exuberante entorno natural que les rodeaba, muchas empresas dedicadas al turismo habían fijado aquel punto como un maravilloso lugar del cual exprimir todos sus recursos hasta convertirlos en dinero. La población del lugar era ahora predominantemente joven, emprendedora. La población anciana había descendido considerablemente, y los que aun podían contar aquella horrible noche en la que la naturaleza parecía querer arrancar sus casas para llegar hasta las entrañas de la tierra, apenas eran una docena. Y todos decían lo mismo. Se alegraban de que el pueblo prosperase, de que sus hijos y nietos saliesen a delante y consiguiesen una vida más cómoda que la que habían tenido ellos.


Pero que, ante todo, respetasen el bosque y los edificios antiguos del pueblo, y aquello incluía a la desmoronada ermita que se encontraba en un extraño claro del bosque, como si los árboles hubiesen decidido dejarle su espacio, y de la cual nadie recordaba su nombre ni a qué santo se veneraba allí. Parecía románica por lo que en su tiempo hubieron sido unos gruesos y fuertes muros, sus pequeñas y escasas ventanas y el arco de medio punto que poseía su única puerta. La destruida torrecita del campanario se encontraba en la parte posterior de la pequeña ermita, hacia el lado derecho. La vieja campana reposaba al lado de las desgastadas piedras que habían caído al suelo años y años atrás, como si nadie se hubiese atrevido a moverla de donde el azar la decidió colocar. Lo único que llamaba la atención de aquel lugar eran la cruz  que sobresalía del techo y dos gárgolas colocadas delante de la puerta, justo a unos tres metros de ella. La extraña cruz de metal que sobresalía por el techo, justo en medio de la construcción, como si apuntase hacia el cielo. Se decía que aquella cruz llegaba hasta el mismo suelo de la ermita, pero nadie podía asegurarlo; ninguno de los habitantes de aquel lugar había querido entrar allí. Las gárgolas representaban a dos extraños animales, ambos iguales y con la misma expresión de temor en sus extraños rostros, pero con gestos diferentes. Una de las gárgolas se llevaba las dos manos hacia la cabeza, tapándose ambos oídos, mostrando aquella escalofriante mueca de horror. La otra, quizás la que resultaba algo más llamativa, tenía las manos, atadas por gruesas cuerdas talladas en la tosca piedra, tapándole la boca, mostrando tan solo sus pétreos ojos abiertos de par en par. Nadie había tratado de dar nunca un significado a aquellas dos extrañas esculturas que guardaban la entrada del extraño edificio.