lunes, 9 de marzo de 2015

"La energía que uno derrocha siendo niño, la energía que uno cree inagotable, se escapa entre los dieciocho y los veintidós años reemplazada por algo mucho menos brillante, tan falso como la exaltación de la cocaína: decisión, metas, cualquiera de los términos que propone la Cámara de Comercio. No era nada notable porque no aparecía de un momento al otro, con un estallido. Y eso es lo que daba miedo, pensó Richie. El chico que llevábamos dentro se escurre poco a poco, tal como el aire de un neumático pinchado. Y un día, al mirarnos al espejo, nos encontramos con la imagen de un adulto. Uno podía seguir llevando vaqueros y asistiendo a los conciertos de rock; uno podía teñirse el pelo, pero la cara del espejo seguía siendo cara de adulto. Tal vez todo ocurría mientras dormíamos, como la visita de los ratones que se llevaban los dientes de leche.
<<No -piensa-, los dientes no: los años.>>" 
Stephen King (It)

domingo, 1 de marzo de 2015

Para Braith E. Gavins

Te encuentras completamente desnudo, sentado en un columpio chirriante de un parque abandonado en medio de la noche. Comienza a llover, y el agua va arrastrando poco a poco la sangre que cubre tu cansado cuerpo. Dime, ¿qué ha ocurrido?

Tan solo las temblorosas luces de las farolas que rodeaban el parque aliviaban la oscuridad de la noche, la cual me envolvía desde hacía rato; sin embargo, no había manera de disipar, aunque fuese un poco, la oscuridad que se había instalado en mi alma. Llevaba tanto rato así, sin ninguna prenda que cubriese lo que los seres humanos nos habíamos acostumbrado a ver como nuestras vergüenzas, que hasta me parecía normal percibir el tacto del asiento del columpio y el roce de las frías cadenas que lo sujetaban contra mi piel. La lluvia inmisericorde seguía cayendo sobre aquel lugar, empapándome y calándome hasta los huesos. Pero aquello no importaba ya, ¿no es así? Mi legua asomó entre mis labios, lamiendo con lasciva lentitud el superior; el gusto metálico de la sangre se había diluido un poco a base de las gotas de lluvia. Una amplia e inquietante sonrisa se dibujo en mi rostro a la vez que lo alzaba hacia el cielo, dejando que las gotas de lluvia cayesen sobre mi cara, haciendo que los húmedos mechones de pelo se retirasen levemente hacia atrás, dejando al descubierto unos ojos surcados de marcas de cansancio; unas pupilas envueltas en tinieblas.

No era consciente del paso del tiempo, por lo que jamás sería capaz de decir cuánto tiempo llevaba allí sentada, esperando a nada. En mi alma, la amargura de una vida destrozada se había mezclado con la dulce victoria de una venganza lograda. Aunque la lluvia fuese quitando poco a poco la sangre que se había adherido a mi piel, aun conservaba las palmas casi cubiertas por aquella sustancia vital. Aquella pertenecía a muchos otros humanos; yo se la había arrebatado, junto con su vida, sin pedirles permiso, de la misma manera en la que ellos me arrebataron mi oportunidad de ser feliz sin siquiera preguntarme. Ellos lo habían tomado todo de mí, así que, ¿por qué no podía cobrarme con la misma moneda? No sentía remordimientos, no sentía miedo. Ya no.

Siguiendo sus descabellados ideales, aquellos humanos -pues no se les podía llamar ''personas''- habían jugado a ser pseudodioses, creadores de algo que jamás debería existir en este mundo. ¿Por qué yo acabé en sus manos? Por pura casualidad. Por caminar cerca de ellos sin saberlo. Me habían metido en una furgoneta mientras yo pataleaba y trataba de zafarme de su agarre, pero todo esfuerzo fue en vano. Quedé inconsciente, o tal vez dormida por el efecto de alguna droga. La verdad es que no lo sé, y no creo que llegue a saberlo. Lo primero que vi al abrir los ojos fue una sala blanca con aspecto de quirófano: estaba vestida con una bata de hospital y unos enormes focos me alumbraban sin piedad, obligándome a que entrecerrase los párpados. Traté de moverme, pero cuando fui a levantar una mano, me di cuenta de que algo me retenía. Alcé un poco la cabeza para ver que estaba sujeta por correas por ambas manos, por ambos pies y una me mantenía pegada a la camilla. ¿Qué era aquello? Recuerdo el miedo creciendo a cada segundo en mi interior, las incontrolables palpitaciones golpeando mi pecho. Varias personas con batas de quirófano manchadas de sangre y con las mascarillas aun puestas comenzaron a entrar en aquella horrible sala, observándome como si fuese una rata de laboratorio; justo en lo que me había convertido. ¿Qué me habían hecho? No entendía su conversación, sus observaciones, sus conclusiones; tan solo podía captar varias palabras por las que pude deducir, con horror, la verdad de lo que me habían hecho: yo ya no era un ser humano. Comencé a notar que sus voces me sonaban extrañamente altas, que cada ruido que podían producir parecía pasar por un filtro por mis oídos que aumentaba desmesuradamente los decibelios. Cada leve golpecito con un bolígrafo, cada vez que tragaban saliva... Podía escucharlo todo. Horrorizada, comencé a tratar de escaparme de aquellas ataduras, atrayendo la atención de todos. Imposible. Era imposible salir de allí, aunque sentía que las duras correas crujían peligrosamente cada vez que yo me movía. Uno de ellos, alarmado, conectó a una vía que tenía en el brazo un bote de algo, seguramente un calmante. Antes de volver a dormirme, escuché algo más: primero, que era la primera persona que salía viva de aquello; segundo, que varios órganos de mi cuerpo habían sido sustituidos por los de otra criatura, cuyo nombre me resultó confusa.

Aun sigo sin saber qué soy ahora, pero es algo que carece de importancia para mí. Pasé mucho, muchísimo tiempo allí metida, encerrada en diversas salas, pasando extrañas pruebas... Comprobando instante tras instante que ya no era más una humana, dándome cuenta, con horror, que no había vuelta atrás y que mi vida había sido destrozada. Escuchaba, con el odio reflejado en la mirada mientras los observaba, los resultados de las pruebas. Mis habilidades crecían en cada prueba pero, a su vez, cada día me daban menos tiempo de vida. Aun tenían que perfeccionar algunos detalles, ¿no era eso lo que decían? Sí, aun tenían que ajustar algunas cosas, pero yo había sido una buena cobaya. Posiblemente, dentro de unos años, pudiesen llegar a adaptar a un grupo de personas y conseguir aquel deseado escuadrón de la muerte, ¿no? Cuanto más perdía mi humanidad, mayor era mi odio y menores mis escrúpulos. Todo... Destrozar la vida de otras personas... ¿Todo aquello era simplemente por crear una fuerza militar superior? Unos soldados con unas habilidades extraordinarias y de los cuales, una vez alcanzado cierto límite, no tenían por qué molestarse en deshacerse; estaban programados para morir. No, yo no era el monstruo allí; lo eran ellos.

Pero, como simples humanos que eran, habían cometido muchos errores en la seguridad. Habían pensado que podían lidiar con fuerzas superiores, fuerzas que ellos jamás serían capaces de controlar. Un día, las correas no pudieron seguir sujetándome. Los cristales de seguridad eran tan frágiles como el papel de seda. Con un trozo de ellos, fui atacando, uno a uno, a todos aquellos que se atrevieron a desafiar los límites que la naturaleza había fijado. No me horrorizaba como podía haberlo hecho, meses atrás, al ver que estaba matando sin sentir remordimiento alguno. No sentía asco de ver sus entrañas desparramadas, sus gargantas cortadas, su sangre manchando aquella bata de hospital que aun tenía. Mi pelo, el cual de por sí ya lo había mantenido largo, había crecido bastante en aquel tiempo, cayéndome hacia delante en sucios y desordenados mechones. Salí de aquel lugar una vez que comprobé que no quedaba ninguno de ellos vivo. Caminé sin rumbo hasta que encontré este lugar: un parque, como aquel en el que había pasado tanto tiempo de pequeña. Quería pasar el tiempo que me quedaba en un lugar que me resultase agradable, pues sabía que, aunque todos los de aquel lugar estuviesen muertos, los contactos que tenían fuera debían estar ya movilizados, buscando al monstruo que había escapado.

Por eso, una vez que mis oídos captaron el sonido de unos neumáticos derrapando cada vez más cerca de aquí, me levanté del columpio. Me había quitado la asquerosa bata que ellos me habían puesto y la había dejado en el suelo; por eso me encontraba desnuda. Aun con aquella inquietante sonrisa en la cara, esperé. Esperé con ansias hasta que las voces comenzaron a resonar, hasta que los focos me alumbraron y los disparos comenzaron. Cada bala que perforaba mi carne se sentía terriblemente... indiferente. No sentía el dolor. No sabía si aquello también era efecto de lo que me habían hecho o era por las insaciables ganas de acabar con todo aquello que sentía. Finalmente, una bala impactó en mi frente y todo se apagó al poco. Los sentidos horriblemente desarrollados, la fuerza y la agilidad sobrehumanas... Todos los recuerdos de lo que me hicieron... Todo se apagó junto con mi vida. Mi cuerpo, inerte, cayó hacia atrás, dejándome de frente al negro cielo, el cual lloraba aun sobre mí.