lunes, 30 de junio de 2014

Sobredosis de hipocresía.

Hipocresía. Palabras dulces, bonitas, brillantes, que actúan de maquillaje para ocultar el verdadero rostro, el cual suele ser una máscara de desdén e indiferencia hacia el otro. Palabras como envoltorios de colores, como los que llevan los caramelos, para cubrir los verdaderos pensamientos que se arremolinan tras el antifaz de la simpatía fingida. Sonrisas que, al darte la vuelta, se truecan en muecas de desprecio. ''Lo dije para quedar bien''.

Halagos disfrazados de amistad a cambio de favores. ''Sí, le queda fatal realmente. Pero si se lo digo se disgustará y no querrá acompañarme. Tendré que ir sola''. Sabes que nadie hará nada por ti; lo sabes tan bien de la misma manera que sabes que no moverás un dedo por nadie a cambio de nada. Entonces, ves a una persona de quien piensas que es fácil de manejar para que te haga el favor cuando lo necesites. Un toque del agridulce sabor de un falso amigo junto a unas gotas de vacíos halagos, mezclados con el esfuerzo de los músculos faciales para darle forma a una mezquina sonrisa. Una vez el susodicho ha cumplido su función, se le puede desechar fácilmente y sin perjuicio alguno. Para ti, claro está. Después de todo, eres lo único importante, ¿verdad?

¿A cuántas personas aprecias de verdad?

El temido compromiso del momento. ''Me lo encontré y no tuve más remedio que saludarle, ¡qué mal!''. ¿Por qué fingís? ''Ay, no, que no venga hacia aquí, no quiero que me vean con ella''. Ese miedo que se genera ante una situación desfavorable que, mágicamente, se acaba transformando en el saludo de un amigo de toda la vida, en abrazos, en exclamaciones de alegría que muestran un dramático asombro ante la cantidad de tiempo que hacía que no os veis. ''¡A ver si un día quedamos!'' sale de unos labios, mientras en el corazón se remueve un ''Ojalá que no se acuerde''.

Qué cruel lo pinto, diréis. Oh, no lo creáis, luego en la práctica parece distinto, y no os resulta tan difícil. El ser humano lleva la sangre fría y la indiferencia hacia los demás grabadas a fuego en las largas cadenas de ADN que moran el núcleo de nuestras células.

No digo que paréis. Seguid, seguid lanzando palabras vacías, como la cáscara que pudo haber contenido algún fruto pero que se ha acabado pudriendo. Seguid lanzando, con vuestros labios como cerbatanas, palabras como dardos envenenados.

Avisad si algún día encontráis una verdadera amistad, una que no se haya construido sobre las bases de la conveniencia.