viernes, 18 de julio de 2014

En respuesta a Desi.

Pautas del relato: Estás una carretera alejada de la ciudad en mitad de la noche, te has perdido. Ves a lo lejos una figura humana, a la luz de una pequeña casa. Te acercas para pedir indicaciones y buceando abres la puerta te encuentras a esa persona ahorcada, y en la pared "Serás el siguiente" [Sigue la historia]

Chasqueé la lengua, disgustada. Observé durante unos segundos mi coche antes de propinarle una patada a una de las ruedas delanteras, cabreada. ¿Cómo se me había ocurrido ir por una carretera tan apartada? Ah sí, ya me acuerdo... Había sido para no tener que pagar el peaje de la autopista. Me quedé mirando el coche nuevamente, torciendo levemente la boca en una mueca de disgusto. Maldije por lo bajo y me di la vuelta, dejando a mis espaldas el vehículo. 

Había recibido un aviso por la mañana de estar en la capital al día siguiente, y no valía excusa alguna. Trabajaba como abogada, por el dinero más que por devoción, además de que me encantaba llevarle la contraria a mi oponente. Había nacido para competir, para luchar; había nacido para ganar. Y, de paso, mandaba a la cárcel a unos cuantos malnacidos. No es que fuese un trabajo que me llenase, pero, al menos, me entretenía y me remuneraba de manera considerable. Y, para qué negarlo... me encantaba meter entre rejas a los que se lo habían ganado. El caso es que teníamos un par de complicaciones con el último caso que había llevado, y no tenía más remedio que estar presente. Sin más demora, había cogido el coche y partido hacia la capital. Había tomado una serie de carreteras secundarias una vez hubieron pasado las cuatro de la tarde, ya cansada de estar parando cada unos cuantos kilómetros para pagar el peaje. Y ahora me encontraba de noche, sin gasolina, sin saber dónde estaba y completamente sola. Volví a mirar la pantalla del móvil en busca de cobertura, pero seguía sin tener ni una barra. Me encontraba en mitad de la nada, rodeada de maleza y árboles que parecían querer cogerme con sus ramas a ambos lados de la estrecha carretera. Aun con las luces delanteras del coche encendidas, pues allí no había ni una maldita farola, comencé a andar hacia delante. No debería estar muy lejos de alguna localidad o alguna gasolinera, ¿no? Cada vez quedaban menos espacios naturales, y no creía que aquella zona fuera a ser la excepción. Terriblemente cabreada, metí las manos en los bolsillos para resguardarlas del frío y me subí el cuello de la gabardina, siguiendo el camino que trazaba la olvidada carretera.

No sé cuánto rato estuve caminando. Lo único seguro era mi dolor de pies y el frío que tenía. Miraba hacia todos lados, cansada y comenzando a caer en la desesperación. No había nadie. No había nada. El único cambio que había logrado apreciar era que había menos árboles por aquella zona. 

Y, entonces, lo vi.

Había alguien observando desde no muy lejos, al lado de lo que parecía ser una casa pequeña, ya bastante vieja. Casi lloré de alegría. Caminé todo lo deprisa que pude hacia aquella silueta que se mantenía quieta delante de la puerta, de espaldas a la tenue luz del hogar, por lo que no podía apreciar su rostro.
-¡Disculpe!
Seguí caminando mientras maldecía a aquellos zapatos con varios centímetros de tacón que había elegido llevar aquel día, simplemente por estar algo más arreglada.
-¡Disculpe! Me he quedado sin gasolina y...
Una ráfaga de viento hizo que tuviese que cerrar los ojos durante un instantes. Diablos, se me había metido algo en el ojo. Cuando volví a mirar hacia la casa, el hombre ya no estaba. ¿Se habría metido dentro de la casa? ¡Sería caradura! En cualquier otra situación habría hecho gala de la arrogancia que había desarrollado tras años en aquel trabajo, pero en aquel instante me convenía tragarme el orgullo. Seguí andando hacia la casa y toqué la puerta, la cual se abrió levemente ante el toque de mi mano. ¿Por qué tenía tan mal presentimiento?
-¡Con permiso! ¡Por favor! Me he perdido, y encima mi coche se ha quedado sin gasolina... Tan solo si usted pudiera indicarme el lug...
No pude terminar la frase. Me llevé las dos manos a la boca, ocultando una mueca de absoluto horror. Tras abrir del todo la puerta, me había encontrado con una habitación pequeña y vieja, que bien podría ser toda la casa, pues no parecía que hubiese más puertas. Pero aquello no era lo que más horror me había causado, aunque el diseño de los estropeados muebles bien podía haber hecho que cualquier decorador se desmallase de solo verlos.

El hombre de antes estaba colgado del techo. Se había ahorcado. En la pared, escrito con una letra que denotaba un pulso tembloroso, había una inscripción: ''Serás el siguiente''. Y lo peor de todo era que ahora podía ver claramente la cara del hombre, el cual yacía ahora muerto ante mis ojos. Yo conocía a aquel tipo.

Era el mismo que había conseguido condenar días atrás y por el que ahora había tenido que partir hacia la capital. Pero, ¿qué hacía allí? ¿Había escapado? ¿Por qué todo eso? Me di la vuelta y eché a correr hacia la carretera de nuevo, completamente presa del pánico. ¿Dónde estaba la implacable abogada ahora? ¿Dónde estaba aquella mujer independiente, segura de sí misma, la misma que no dudaba en acusar a su siguiente objetivo? Seguí corriendo hasta que uno de mis pies falló, haciendo que cayese al suelo. Estúpidos tacones. Con un quejido de dolor, me levanté torpemente y seguí avanzando hacia la carretera.

Pero la silueta de aquel hombre, con las marcas de la soga al cuello y la cara morada, se alzaba ante mí.
-Tú...
Grité con toda la fuerza que tenían mis pulmones. Me di la vuelta y corrí hacia el otro lado.
-Fue por tu culpa... ¡Por tu culpa! ¡POR TU CULPA!
-¡¡Déjame!! 
A pesar de que no lo veía, seguía escuchando su voz. Me adentré entre los árboles, me torcí el tobillo varias veces, me rasgué las ropas y me magullé entera. Pero seguía avanzando, con la esperanza de que aquel ser dejara de seguirme.¿Mi culpa? ¡Había sido su culpa! ¡Él había sido acusado de homicidio! ¡Era un maldito asesino, no tenía derecho a culparme de nada!

Otra vez. El rostro de aquel hombre apareció delante mía. Volví a gritar cuando sus brazos quisieron alargarse hacia mí, y corrí en dirección a la carretera. 
-No... no... Aléjate... ¡¡ALÉJATE!!
No podía hacer otra cosa que gritar y correr, sin prestar atención a nada más. Tal vez por eso mismo no escuché el sonido de unas enormes ruedas y el agudo ruido del claxón del camión que se acercaba. Y tal vez por eso mi muerte fue inevitable.
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Al día siguiente, los restos de Miranda Aguiler fueron llevados al tanatorio de la capital. Los datos que se dieron fue que se había perdido por aquella carretera y que, presa de la desesperación, no había logrado ver el camión; y así había ocurrido tan terrible desenlace. Las magulladuras posiblemente se tratasen por haber intentado atravesar varias veces la foresta en busca de alguien.

Los datos del caso que Miranda tenía que seguir llevando y que nunca miró, decían que el acusado, una vez en la cárcel para cumplir una cadena perpetua, se había suicidado usando una soga. Había dejado una nota de despedida, en la que aclaraba que no podía seguir viviendo con la culpa de haber matado a su padre del disgusto. El padre del acusado había muerto un par de días después de la condena de su hijo por un fallo cardiorespiratorio, posiblemente provocado por la excesiva tensión que había estado viviendo. En la nota, el joven acusado se culpaba a sí mismo por haber cometido el error de matar a alguien con tal de conseguir algo de dinero, pero también culpaba de la muerte de su padre -y por consiguiente la suya propia- a los cargos que se habían encargado de llevar su caso.

La nota iba firmada con un ''Nos veremos todos en el Infierno''.

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