¿Sabéis esas veces que os preguntáis que por qué las cosas son como son? ¿Qué hemos hecho mal? ¿Por qué a algunos les sale bien la jugada y luego a nosotros no? ¿Será falta nuestra? ¿Será la suerte? Pero, si es así... ¿qué es la suerte? ¿En qué se basa para designarnos a cada uno un destino? ¿Y quién va marcando nuestro destino? ¿Ya está escrito o está en nuestras manos el forjarlo? ¿Dependemos de las manos de la cruel diosa Fortuna, para que haga girar su rueda a favor o en contra nuestra? ¿Por qué unos sí y otros no?
La suerte, algo que por mucho que les cueste a los matemáticos asimilarlo, está fuera de todo pronóstico y de todo cálculo. Puedes calcular las probabilidades con las que puede ocurrir un suceso, puedes decir qué tanto por ciento hay para cada opción... Pero, ¿acaso no puede ocurrir algo inesperado que cambie todos los parámetros? Lo mejor que se me da de matemáticas es la estadística y la probabilidad. Y muchas veces me he preguntado ante el típico problema del dado de seis caras... ¿nadie cuenta con que alguien puede tirarlo, cogerlo en un arrebato? ¿Nadie podría pensar de que otra persona lo pudiese haber trucado? ¿Y por qué lo haría esa persona? Entonces, estaríamos haciendo una lista de cálculos inservibles, pues sabemos las variables que puede haber en una tirada simplemente, pero no sabemos las condiciones que la rodearán. Podemos hacer una predicción del tiempo, pero nadie asegura de que se mantenga como se prevé. Nadie asegura que, por seguir los mismos pasos que ha dado otra persona, tú consigas lo mismo. La suerte, ese concepto que oscila tanto que llega a marearte, es la cruel juez que decide si tus pasos se posarán sobre tierra firme o se hundirán en el fango, independientemente de tus buenas o malas intenciones.
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